En su sermón más famoso (Mateo 5–7), Jesús nos enseñó a amar a nuestros enemigos, a dar a los necesitados y a priorizar el reino de Dios en nuestra vida. Sus palabras delinearon las altas expectativas para aquellos que pertenecen a su reino. Pero no lleva mucho tiempo reconocer que hay un problema: nuestra conducta. Es simple, no podemos cumplir perfectamente esos requisitos por nosotros mismos. No nos nace amar de manera natural a aquellos que nos maltratan. Con frecuencia, somos demasiado egoístas para ser generosos. Y pasamos mucho tiempo construyendo el reino de nuestra propia vida en lugar del reino de Dios.
Entonces, ¿por qué Jesús nos encargó vivir una vida que Él sabía muy bien que no podemos vivir por nosotros mismos? La clave es que Jesús nunca nos pidió que viviéramos la vida cristiana por nuestra cuenta. De hecho, Jesús pasó bastante tiempo enseñando acerca del don del Espíritu Santo indispensable para vivir la vida cristiana a plenitud. Jesús dijo a sus seguidores que les convenía que Él se fuera porque la presencia del Espíritu Santo vendría a sus vidas. Dios en la carne fue un regalo maravilloso, pero Dios viviendo dentro de nosotros es aun mejor. Cuando Dios vive en nosotros, Él nos da poder, nos ayuda a crecer y nos capacita de una manera única. Examinemos en más detalle al Espíritu Santo como Dios.