Desde hace tiempo, los cristianos hemos entendido que vivimos y caminamos en una senda muy delicada. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. El pueblo de Dios siempre ha sido un pueblo elegido, santo y apartado de los caminos del mundo. Para alcanzar esa meta, para ser verdaderamente diferentes, cada uno de nosotros debe permanecer fiel a la verdad, hablar de ella en cada oportunidad, a la vez que nos humillamos y servimos fielmente a los demás.