Un cuadro de la justicia bíblica

Por | Publicado en Qué dice la Biblia

El Juramento de Lealtad a la Bandera de los Estados Unidos de América concluye declarando que la bandera representa a una república que sostiene que la libertad y la justicia es para todos. Esta última declaración es desafiada a diario en los medios de comunicación, en los tribunales, en las protestas, en los barrios y en las comunidades donde la justicia no siempre prevalece. Generalmente no cumplimos este punto del juramento. Y en este momento, en que la conciencia de nuestra nación se ha estremecido por la injusticia, Proyecto Compromiso Bíblico ha considerado necesario participar en la conversación, refiriéndonos a la justicia desde la perspectiva bíblica.

En este artículo, no encontrará una definición de una sola frase, una respuesta de una sola palabra, o una cura para el pecado de la injusticia. No encontrará una declaración que simplemente repite lo que afirma un partido político o una fraternidad religiosa. Usted encontrará un esfuerzo de reflejar un aspecto del carácter de Dios que muestra su amor por todas las personas. Y todas es precisamente todas.

La justicia es un atributo de Dios. Vemos que esto lo comunica claramente la Escritura cuando Moisés declara la naturaleza justa de Dios en un canto al pueblo de Israel que tiene esta línea: «Todo lo que hace [Dios] es justo e imparcial. Él es Dios fiel, nunca actúa mal; ¡qué justo y recto es él!» (Deuteronomio 32:4, NTV). La justicia, o mishpat (מִשְׁפָּט) en la Biblia hebrea, tiene dos aspectos: retributivo y restaurativo. Por regla general, los escritores bíblicos utilizan el término mishpat para referirse a la justicia restaurativa, es decir, que no se detiene en el castigo por las malas acciones, sino que va más allá, hacia lo que trae sanidad.

La justicia restaurativa no puede entenderse a plenitud sin el Jardín del Edén y la caída del hombre. En el Edén, Dios creó a la humanidad a su imagen y semejanza. Esta imagen, o estas cualidades dadas por Dios, es lo que diferencia al ser humano del resto del orden creado y es lo que marca igualdad de valor y de propósito entre las personas. Cuando la humanidad eligió su propio camino en vez de obedecer Dios (la Caída), abrió la puerta a todo tipo de disfunciones, incluida la de considerarse superior a otros. Esto contradice el trato que Dios espera que haya entre nosotros por haber sido creados a su imagen. Todos somos iguales a los ojos de Dios, a pesar de nuestra manera de vestir o de nuestro origen, y pisoteamos la imagen de Dios cuando nos ponemos por encima de los demás. Esta comprensión de la imagen de Dios es la razón fundamental de tratar a las personas por igual. Quien no entiende esto cometerá toda clase de males contra su prójimo y despreciará la imagen de Dios. El impulso innato de supervivencia y la sed de poder motivan a las personas a prevalecer sobre los demás y perpetúan el egoísmo en el ámbito personal y global. Este es el cuadro de una sociedad sin Dios.

En Génesis, Dios llamó a Abraham para que fundara un nuevo pueblo que no violara la imagen de Dios en otros. Génesis 18:19 registra las palabras de Dios: «Yo lo escogí a fin de que él [Abraham] ordene a sus hijos y a sus familias que se mantengan en el camino del Señor haciendo lo que es correcto y justo» (NTV). Su voluntad era crear una sociedad de personas que hicieran de la misphat un estilo de vida. Este es un estilo de vida radical. Era un estilo diferente de cualquier otra sociedad de la época de Abraham; estos pueblo distorsionaban la justicia en vez de defenderla. Era un llamado a la dependencia de Dios y no de las instituciones humanas.

No es ningún secreto que vivir la mishpat puede ser difícil. Los israelitas, descendientes de Abraham, fueron oprimidos por un sistema injusto en Egipto durante más de cuatro siglos hasta que Dios los liberó; pero cuando fueron libres también ellos perpetuaron la injusticia. Las víctimas se convirtieron en victimarios, y había que hacer algo por los israelitas y por cada ser humano de la historia. También por usted y por mí. En todos nosotros está latente la inclinación a repetir este ciclo.

Aunque no todas las personas participen activamente en obras de injusticia, de manera pasiva todos tenemos el potencial de hacerlo a través de nuestras inclinaciones egoístas inherentes a la naturaleza pecaminosa. Sea como perpetrador o sea como víctima, en un momento dado todos hemos pecado y, por lo tanto, hemos violado las normas de la mishpat de Dios.

Y esta es la razón de que Jesús vino al mundo. Vino a recibir el castigo (la justicia retributiva que nosotros merecíamos) y a ofrecer su vida sin pecado por nosotros. Él fue la víctima de la injusticia, y la humanidad fue la acusadora. Nosotros merecemos el castigo que Él sufrió, pero en vez de morir nosotros, Él se entregó y murió para luego ofrecernos el regalo de su vida resucitada y permitir que andemos en la mishpat que Él proveyó.

Nos salva para justicia, no de ella. Recibir la promesa de la vida resucitada es más que un simple cambio de categoría; es un llamado de por vida al servicio. Jesús nos salva para que entreguemos nuestra vida a la mishpat: para luchar por los perdidos y los vulnerables, para ser voceros de los desfavorecidos y para alcanzar a quienes la sociedad ha rechazado. Todo ser humano es portador de la imagen de Dios y receptor de la justicia de Jesús. Este cuadro bíblico de la justicia es poderoso para transformar al mundo. Si consideráramos a todas las personas como iguales, dignas de una segunda oportunidad en la vida, y dignas del evangelio de Jesús, entonces podríamos convertirnos en agentes de esa transformación.

El Evangelio de Marcos comienza con el anuncio que hace Juan el Bautista de la persona y el ministerio de Jesús. Al llegar al capítulo 15 encontramos el relato de la muerte de Jesús por los pecados del mundo. Los primeros 14 capítulos detallan su ministerio que se compromete con las personas en su sufrimiento y las lleva a lugares de esperanza, sanidad y a confesar a Cristo. De hecho, Marcos 10:45 resume adecuadamente el ministerio terrenal de Jesús: «Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos». ¿Cuántas veces hemos fallado en el cumplimiento de esta misión? ¿Cuántas veces hemos luchado con el fin de preservar nuestra vida y no hemos pensado que otros corren el serio riesgo de perder su alma (véase Mateo 16:25–27)?

Durante su ministerio terrenal, Jesús también desafió el pensamiento de las personas. En una ocasión, encaró a los participantes del sistema religioso establecido y los reprendió por su hipocresía: «Pues se cuidan de dar el diezmo sobre el más mínimo ingreso de sus jardines de hierbas, pero pasan por alto los aspectos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe» (Mateo 23:23, NTV). Incluso la fiel participación en la religión no nos excluye de la participación obligatoria en la justicia.

Santiago enseña en su epístola a la Iglesia—el nuevo pueblo de Dios—que el fundamento de la justicia es la ausencia de la discriminación y los prejuicios. Escribió: «Por ejemplo, supongamos que alguien llega a su reunión vestido con ropa elegante y joyas costosas y al mismo tiempo entra una persona pobre y con ropa sucia. Si ustedes le dan un trato preferencial a la persona rica y le dan un buen asiento, pero al pobre le dicen: “Tú puedes quedarte de pie allá o bien sentarte en el piso”, ¿acaso esta discriminación no demuestra que sus juicios son guiados por malas intenciones?» (Santiago 2:2–4, NTV). En este pasaje, la Biblia califica esta discriminación como maldad, aquello que es opuesto a la naturaleza de Dios.

Cuando Dios estableció autoridades y leyes humanas basadas en su sabiduría incorruptible, lo hizo para que interactuáramos a nivel humano y como sociedad de manera justa y vivificante. Pero con mucha frecuencia no lo hacemos. El fracaso de la humanidad a la hora de aplicar el sistema de Dios se produce cuando la meta de quienes tienen la autoridad es cualquier cosa que no sea la mishpat—la justicia restaurativa. ¿Qué es el pecado? Es la corrupción de la justicia. El racismo corrompe la justicia. La discriminación corrompe la justicia. La negligencia corrompe la justicia. El odio corrompe la justicia. El conformismo corrompe la justicia.

¿Qué podemos hacer entonces en respuesta a este cuadro de la justicia bíblica?

Jeremías 22:3 es un buen punto de partida: «Esto dice el Señor: “Sean imparciales y justos. ¡Hagan lo que es correcto! Ayuden a quienes han sufrido robos; rescátenlos de sus opresores. ¡Abandonen sus malas acciones! No maltraten a los extranjeros, ni a los huérfanos ni a las viudas. ¡Dejen de matar al inocente!”» (NTV).

Dios todavía llama a su pueblo a obrar con rectitud. Nos llama a expresar la mishpat en nuestro mundo. Independientemente de cuál sea nuestra experiencia de vida y de cómo hayamos llegado a donde estamos, el mandato de Dios es que busquemos e invirtamos en la justicia restaurativa para todos. He aquí cinco maneras en que podemos comprometernos con la mishpat hoy:

1.    Podemos reconocer la imagen de Dios en todas las personas.
2.    Podemos arrepentirnos (literalmente dar media vuelta e ir en rumbo contrario) de cualquier violación de la mishpat que hayamos cometido individual y colectivamente, pidiendo perdón por nuestra manera de pensar y actuar.
3.    Podemos reevaluar los sistemas que utilizamos para determinar cómo son evaluadas y tratadas las personas.
4.    Podemos renovar nuestro compromiso con nuestras comunidades al buscar activamente a los débiles y vulnerables con el propósito de que mejoren, y dar con liberalidad para ayudarlos.
5.    Podemos representar a Jesús, la encarnación de la mishpat, cuando damos testimonio de la Buena Nueva de su vida resucitada. A través de Él, los culpables pueden ser declarados justos y la retribución puede encontrarse con la restauración.

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